La noticia periodística, en este inicio de año, de que “Investigadores de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana advirtieron que para 2008 el futuro de la educación en México es preocupante e incierto, pues el Programa Sectorial de la Secretaria de Educación Pública (SEP) carece de sustento y sólo es un cúmulo de buenas intenciones para hacer competitivos a los estudiantes de educación básica frente a evaluaciones internacionales, como la prueba PISA.” puede tomarse desde distintas aristas.
Es indudable que la educación en nuestro país está en crisis. (y la vivienda, y el trabajo, y los sueldos…) Pero en manera alguna caben las comparaciones -nacionales o internacionales. Hacerlo sería injusto e ilógico. ¿A quién no molesta que lo comparen? Cada país, estado, región, pueblo, barrio, persona tiene su propia idiosincrasia. Baste el análisis interno para saber nuestro nivel educativo (y académico). Cuántos alumnos egresados de secundaria (con sus honrosas excepciones) apenas si saben escribir un recado, mantener una conversación, diferenciar el metro del centímetro o dar instrucciones para llegar a un lugar.
El futuro educativo para el 2008 es incierto. Lo sabemos sin necesidad de pruebas internacionales, absurdas e inequitativas. Pero alguien tendrá que enfrentar el problema. ¿Quién o quiénes será los modernos paladines de la educación en el 2008? ¿Quién nos salvará de la “pereza educativa” en la que transitamos?
El gobierno de Felipe Calderón carece de mecanismos políticos revulsivos y de autoridad moral para erradicar este añoso y progresivo padecimiento. Además, atado de manos por los empresarios que lo llevaron al poder, difícilmente iniciaría una cruzada televisiva en favor de la educación. En el Programa Sectorial de la SEC (véase: http://www.sep.gob.mx/work/resources/LocalContent/92146/1/PSE-PISAV2.pdf) se plantean seis objetivos principales: cobertura educativa, calidad educativa, desarrollo tecnológico, prosperidad, equidad entre regiones, y competitividad y transparencia; éstos constituyen, en su conjunto, la visión del gobierno en turno para el año 2030. La propuesta de este programa, a mi parecer, no constituye una opción viable puesto que se requiere de la participación activa de cada empleado de la Educación. Y meter al orden a tantísimo trabajador tendría un costo político que nadie querría pagar.
Por otro lado, los padres de familia se involucran menos en las labores educativas de sus propios hijos: “Ahí se lo dejo, maestro”, “Ya no sé qué hacer” son expresiones comunes cada vez más frecuentes en los centros de trabajo. La tarea del docente, entonces, se torna fundamental: el éxito o fracaso educativo corresponde en mayúscula medida en la capacidad del maestro.
Abel Ayala dice que los maestros deben ser hombres y mujeres de alta cultura, lectores de grandes libros, autodidactas, amantes de lo mejor en arte, de amplísimo criterio, amadores de la dignidad y valor humano. Si el maestro es competente sabrá sortear barreras sociológicas, culturales y económicas; eliminará incertidumbres, se armará de paciencia y valor para enfrentar a directivos incapaces, a padres indiferentes, a empresarios televisivos cuya labor es la de producir ciudadanos autómatas. Si el maestro es incompetente, en cambio, el tiempo y la oportunidad del estudiante son malogrados, la esperanza de los padres, frustrada y la sociedad, defraudada.
¿Qué tipo de maestros somos? ¿Estamos dispuestos al desafío 2008? Ahí está el dilema.
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