jueves, 4 de octubre de 2007

Con motivo de la presentación de NARRATIVA EN MISCELÁNEA.




Cuando era niña solía pasar mis vacaciones en una pequeña casa que mis abuelos compraron enmedio del corazón veracruzano (acaso porque su corazón fue y el mío es eminentemente veracruzano): en Catemaco. Los Caprichos recién horneados de San Andrés, los sapos del tamaño de la niña que yo era mirándome con ojos saltones desde el río de la lluvia, las paletas heladas de crema que escurrían en charcos de colores antes de llegar a la boca, la mojarra, el chile-limón y pelliscadas, la carne de mono dorada entre los dientes, los huevos tirados y los abanicos de cartón obsequio de la miscelánea local están entre las cosas que guardo en la bolsa de telarañas personales que cargo a cuestas.
Mis abuelos han muerto, la casa se vendió y se convirtió en El Salto de Tigre atendido por Don Julián y, más tarde, por su hijo Apolinar, célebres curanderos del lugar que compraron la casita familiar tras la muerte de mi abuela y la hicieron hervir con visitantes nacionales y extranjeros en busca de curas milagrosas y visiones de lo desconocido.
No he vuelto más, mis caminos siguen hacia el Istmo, hacia Donají, Oaxaca, al corazón del Mije Bajo, pero ya no pasan ya por Catemaco, ya no se detienen en los Caprichos. Ahora circulan por vías más anchas y modernas pero siempre arrastran una cortina de añoranza que no logro descorrer.
El vibrar del nombre "Santiago Tuxtla" abrió momentáneamente esa cortina, me permitió atisbar esa infancia de juegos de cartas infantiles y calles semipavimentadas que todavía me llevan a la laguna de Catemaco y a mis recuerdos más queridos.
Una cosa más que agradecer a nuestra Narrativa Miscelánea y a ustedes.


Alma Teresa Guzmán Dibella.

No hay comentarios.: